La necesidad de una nueva cooperación entre los creyentes de América del Norte y Latinoamérica
La globalización: un rasgo característico
de la cultura contemporánea
El
concepto de globalización, que ha tenido
su origen en el dinámico y complejo ámbito
de las relaciones económicas del mundo
contemporáneo, ha adquirido su carta
de ciudadanía en el universo más
amplio de las numerosas dimensiones de la vida
de los pueblos. Así, se habla hoy de
globalización de las comunicaciones,
de la educación, de la informática,
del comercio, de la industria, de las relaciones
políticas y sociales, del trabajo, del
turismo y, para decirlo en una sola expresión,
se habla de "globalización de la cultura".
Dos
parecen ser las ideas basilares implícitas
en el concepto de globalización. La primera
de estas nociones consiste en la toma de conciencia
que cada elemento individual - personas, sociedades,
instituciones, naciones, etc. - tiene de la
necesidad de relacionarse adecuadamente con
otras partes de la realidad global, para poder
alcanzar la propia realización. La segunda
idea supone un enriquecedor intercambio entre
las partes que integran la realidad total en
base a los dinámicos criterios de la
comunicabilidad impuestos por la cultura de
los mass media.
Ninguno
de estos dos principios, de por sí, encierran
alguna dimensión contraria a la naturaleza
humana ni al plan divino de salvación.
Más aún, teóricamente considerados,
estos aspectos favorecen el desarrollo de la
persona y se armonizan con la concepción
de la Historia de la Salvación como un
proceso en el cual los individuos alcanzan personalmente
la plenitud a través de una solidaria
comunicación de bienes, materiales y
espirituales. Tal comunión de bienes
encuentra su lugar privilegiado en la Iglesia
de Jesucristo, pues ella, en cuanto realidad
global, incluye no sólo el Pueblo de
Dios peregrino en el tiempo sino también
la Jerusalén celestial más allá
del tiempo.
Sin
embargo, la globalización, como todas
las realidades humanas, por el hecho de estar
contaminada por pecado de los hombres, puede
encerrar consecuencias negativas, que se manifiestan
en distintos niveles. Por ejemplo, la más
evidente de ellas se presenta en el ámbito
económico, donde la globalización
se traduce frecuentemente en el dominio de los
países más desarrollados sobre
los que están en vías de desarrollo,
así como también en las, muchas
veces señaladas, relaciones de explotación
en el trabajo. También en el campo socio-cultural
muchos han vislumbrado los aspectos negativos
de la globalización, apuntando al hecho
que ésta lleva a la pérdida de
los valores que caracterizan a las culturas
locales. En efecto, el desarrollo de una cultura
internacional es visto como un peligro en la
medida en que ciertos rasgos, que son patrimonio
común de la civilización contemporánea,
van invadiendo paulatinamente las realidades
locales ejerciendo sobre ellas un fuerte impacto
difícil de controlar y encauzar. La globalización
de la cultura, a través de una homogeneización
que arranca al ser humano de sus raíces
culturales, constituye una seria amenaza contra
la identidad de los pueblos.
No
obstante esta situación ambivalente,
el Santo Padre en su magisterio, se ha manifestado
particularmente sensible a este rasgo del tiempo
presente y en diversas ocasiones ha concentrado
su reflexión sobre la realidad desde
una perspectiva global, considerándola
ya sea en sus aspectos positivos como en sus
connotaciones negativas. Así el Papa,
refiriéndose al dinamismo que caracteriza
a la sociedad contemporánea ha hablado
de un "mundo en transformación y en
via de globalización". También
ha dirigido a los expertos en ciencias sociales
una comprometedora invitación a esforzarse
por armonizar las "exigencias de la economía
y exigencias de la ética" en el marco
de "la realidad de la globalización,
considerada de una manera equilibrada tanto
en sus potencialidades positivas como en sus
aspectos preocupantes". La reflexión
del Pontífice sobre la globalización
se extiende incluso al tema de la misión
de la Iglesia, cuando en la Exhortación
Apostólica post-sinodal Ecclesia in
Africa afirma que los valores positivos
de la cultura africana - elementos providenciales
que preparan la aceptación del Evangelio
- pueden enriquecer a las Iglesias y a toda
la humanidad para "facilitar la recuperación
global de que depende el auspiciado desarrollo
de cada una de las naciones".
El
tema de la globalización constituyó
también un motivo de interés para
los Padres sinodales de la Asamblea Especial
para América, que han descubierto en
esta situación histórica una excelente
ocasión para acrecentar los lazos de
solidaridad entre los diversos pueblos del único
Continente en base a la común raíz
cristiana. La misma experiencia de la comunión
episcopal para enfrentar los problemas comunes
fue una manifestación de la necesidad
de desarrollar una acción pastoral global
y solidaria para evangelizar a una sociedad
globalizada.
La nueva evangelización en el contexto
de la globalización
La
misión evangelizadora de la Iglesia no
puede ignorar la globalización - entendida
ésta en su acepción más
amplia - pues tal actitud significaría
no sólo un injustificable desconocimiento
de la realidad sino que, fundamentalmente, llevaría
a un lamentable desperdicio de las ricas potencialidades
de este rasgo que caracteriza el presente momento
histórico. En relación a la nueva
evangelización, término recientemente
acuñado para referirse a esta tarea siempre
perenne de la Iglesia, la globalización
puede ser considerada, entre otros componentes,
como una de las cualidades que justifican la
denominación de "nueva" evangelización. El Papa Juan Pablo
II, en efecto, desde los primeros años
de su pontificado, ha dirigido una invitación
concreta a los Obispos de América a empeñarse
en una nueva evangelización de América,
"nueva en su ardor, nueva en sus métodos,
en su expresión".
Además,
la globalización, como noción
genérica, está intrínsecamente
relacionada con la nota de la "catolicidad"
de la Iglesia, la cual está llamada a
anunciar el Evangelio en todo el mundo. De ahí
que la vocación misionera de la Iglesia
puede calificarse, para usar un término
actual, de "globalizante", es decir, con alcance
universal. La evangelización, por lo
tanto, puede fácilmente injertarse en
el contexto de la globalización. El problema
es tener claramente presente cuáles son
las respuestas que la Iglesia puede ofrecer,
desde la fe, a una sociedad organizada según
la realidad y los principios de la globalización,
para que en ella todo esté al servicio
de la persona humana y de su salvación
integral.
Ahora
bien, si las consecuencias de la globalización
se manifiestan primariamente en el campo de
la economía, la Iglesia con su acción
evangelizadora puede iluminar y enriquecer esta
realidad con la promoción de una cultura
global de la solidaridad y con los principios
éticos de su Doctrina Social. Los Padres
sinodales de la Asamblea Especial para América
han manifestado concordemente su preocupación
por las consecuencias negativas de la globalización,
evidentes en todas las partes del Continente,
pero no han visto en esta situación sólo
un problema de justicia social sino también
un desafío para vivir más profundamente
la caridad evangélica. El mandamiento
del amor propuesto por el Evangelio, en efecto,
nos lleva necesariamente a vivir en solidaridad
fraterna con todos y por consiguiente a compartir
con nuestros hermanos: "lo que somos, lo
que creemos y lo que tenemos". Así
parece claro que los problemas económico-sociales
sólo pueden ser superados si los hombres
están profundamente anclados en la caridad
de Cristo, pues en la medida en que se vive
en la comunión y en la solidaridad, en
esa misma medida uno resulta justo a los ojos
de Dios.
Por
otra parte, si una de las consecuencias negativas
de la globalización de la cultura es
la pérdida de los valores culturales
locales, la Iglesia con su acción evangelizadora
puede contribuir eficazmente a la defensa de
tales valores, pues la fe cristiana, en cuanto
modo especial de relacionarse con Dios, con
los hombres y con la creación, es un
elemento esencial de las culturas que nacieron
y se desarrollaron a la luz del Evangelio. La
fe en Jesucristo, según el principio
de la inculturación, está destinada,
en efecto, a manifestarse en multiplicidad de
expresiones culturales y al mismo tiempo constituye
un común denominador, pues su objeto
es Jesucristo Cristo, el único Salvador
del género humano, Hijo de Dios y hermano
de todos los hombres.
De este modo, es claro
que el temor ante la homogeneización
de las culturas, con la posible pérdida
de la identidad específicamente cristiana
de América, puede ser exitosamente superado
en la medida en que cada persona y cada sociedad
estén profundamente enraizados en la
propia fe en Cristo. Sólo así
el diálogo propiciado por la globalización
cultural será verdaderamente católico
y al mismo tiempo será respetuoso en
relación a otras religiones, sólo
así ese diálogo será auténticamente
local y generosamente abierto a lo universal.
Eminetísimo
Señor Cardenal Jan P. Schotte, C.I.C.M.
Denver
(U.S.A.) - 26 de Marzo del 2015